miércoles, 10 de abril de 2013

Julio C. Aguilar Hdez



ETICIDAD Y MORALIDAD


La Eticidad (del griego éthos como carácter o forma de ser cada ser o individuo;  es la educación de valores humanos. Posee dos dimensiones, que son la social y la moral. La Eticidad es una unidad dialéctica de la moralidad con la socialidad. En la conformación del sujeto de la Eticidad entran en juego tres procesos:
 c) el desarrollo.
La Eticidad es la raíz de todas las éticas de todos los ideales y valoraciones. El homo sapiens humaniza o deshumaniza a lo largo de su vida. Lo que distingue es su libertad ontológica, constitutiva o radical. La eticidad consiste en la capacidad propia de la naturaleza humana de preferir, de no ser indiferente.
No podemos vivir sin valorar, la eticidad implica también la proyección y transformación del hombre. El homo sapiens nace indeterminado, nace con la posibilidad de hacerse más humano, es decir, desarrollar sus potencias, crecer hacia el bien o lo contrario descuidar sus potencias, abandonar el crecimiento. La humanidad se transforma a sí misma y trasforma el mundo con sus creaciones culturales. A la naturaleza, el hombre añade la cultura, la cual se incorpora a él, como una segunda naturaleza.
El ser del hombre es indeterminado y posee contrastes, tiende a establecer diferencias, a preferir, a transformar y proyectar su ser en nuevas potencias y características que enriquezcan su naturaleza inmediata con las creaciones culturales y con la adquisición de un carácter o ethos.
La eticidad se define como "segunda naturaleza" que va formando el ser humano a lo largo de su vida, aprendiendo a respetar a los demás y a si mismo, formando el carácter teniendo siempre en mente a la sociedad.
LA MORALIDAD

El punto de vista moral es el de la voluntad en cuanto es infinita, no meramente en sí, sino para sí.

Esta reflexión de la voluntad sobre sí misma y su identidad que es para sí, frente al ser en sí, en la inmediatez y en las determinaciones que se desenvuelven, acreditan a la persona como sujeto.
Puesto que, ahora, la subjetividad constituye la determinación del concepto, y es distinta de él como tal, es decir, como voluntad que es en sí; y puesto que, al mismo tiempo la voluntad del sujeto es, como voluntad del individuo que es para sí (aún tiene en sí a la inmediatez), la subjetividad constituye la existencia del concepto. Si, en consecuencia, se ha determinado, un ámbito más elevado para la libertad, ahora en la Idea, el lado de la existencia o su momento real, es la subjetividad de la voluntad. Solamente en la voluntad subjetiva puede ser real libertad o la voluntad que es en sí.

La segunda esfera, la moralidad, significa en la totalidad, el lado real del concepto de la libertad y el proceso de esta esfera es superar la voluntad que es sobre todo solamente para sí e inmediatamente en sí es idéntica a la voluntad que es en sí o general, según la diferencia en la cual ella profundiza en sí y la pone para sí, como idéntica a la voluntad que es en sí.

 Este movimiento es la elaboración del ámbito actual de la libertad. De la subjetividad, que es al principio abstracta, esto es, distinta al concepto, para hacerla igual a él y obtener para la idea su verdadera realización, por la cual la voluntad subjetiva se determina, precisamente, como objetiva y verdaderamente concreta.

El derecho de la voluntad moral encierra estos tres momentos:

a) El Derecho abstracto o formal de la acción como ella es realización en la existencia inmediata, consiste en que su contenido es, mío y la acción, un propósito de la voluntad subjetiva.

b) La particularidad de la acción es su contenido interior: como está determinado por mí el carácter general del contenido, que constituye para mí, el valor de la acción, y esto es, por lo cual ella tiene valor la intención; su contenido, como finalidad de mi individual existencia particular subjetiva, constituye el bienestar.

c) Este contenido, como interioridad es elevado a su universalidad, elevado a la objetividad que es en sí y para sí, es absoluta de la voluntad, es el bien que en la esfera de la reflexión, con la antítesis de la universalidad subjetiva, la finalidad constituye en parte el mal y en parte la conciencia moral.
LA ETICIDAD

La eticidad es la idea de la libertad, como el bien vivo que tiene en la autoconciencia de sí su saber y su voluntad, y por medio  de su actuar, su realidad; así como éste tiene su fundamento en sí y para sí y su fin motriz en el ser ético; la eticidad es el concepto de libertad devenido mundo existente y naturaleza de la autoconciencia.

Puesto que esta unidad del concepto de la voluntad y de su existencia –que es la voluntad particular– es saber, existe la conciencia de la distinción de estos momentos de la idea, pero de modo que ahora, cada uno por si mismo, es la totalidad de la idea y tiene a ésta como fundamento y contenido.

a) El ethos subjetivo que aparece en lugar del bien abstracto es la sustancia concreta, como forma infinita, por medio de la subjetividad. La sustancia pone, por eso, distinciones en sí, las cuales están determinadas por el concepto y por las cuales el ethos tiene un contenido estable, necesario para sí y que es un existir más allá de la opinión subjetiva y del capricho: son las leyes y las instituciones en sí y para sí. El hecho de que el ethos sea el sistema de las determinaciones de la idea, constituye su racionalidad. Así, la libertad o la voluntad que es en sí y para sí como objetividad es la esfera de la necesidad, cuyos momentos constituyen las fuerzas éticas que rigen la vida de los individuos y en éstos, sus accidentes adquieren su representación, forma aparente y realidad.

b) La sustancia, en esta su autoconciencia real, sabe de sí y por ello es objeto del saber. Para el sujeto, la sustancia ética, sus leyes y sus poderes, tienen, en parte, por objeto la relación de ser en el más alto sentido de la independencia.
El deber que obliga puede aparecer como limitación, sólo frente a la subjetividad indeterminada, o a la libertad abstracta y frete a los impulsos de la voluntad natural o de la moral, que determina desde su capricho su bien indeterminado. Pero en el deber el individuo tiene, más bien, su liberación: por una parte se libera de la dependencia en que se encuentra en el mero impulso natural, así como de la sujeción en que como particularidad subjetiva se halla en las reflexiones morales del deber ser y del poder ser; por otra parte, se emancipa de la subjetividad indeterminada que no llega a la existencia y a la determinación objetiva del actuar y permanece en sí como irrealidad. En el deber el individuo se emancipa y alcanza la libertad sustancial.

Lo ético (ethos) se refleja en el carácter individual como tal y determinado por la naturaleza, y se refleja como virtud. La rectitud es la virtud que no presenta sino la mera adecuación del individuo a los deberes de las relaciones a las cuales pertenece.

Qué debe hacer el hombre y cuáles son los deberes que tiene que cumplir para ser virtuoso, es fácil decirlo en una comunidad ética: por su parte, sólo debe hacer lo que en sus relaciones le ha sido prescripto, señalado y conocido. La rectitud es lo universal que puede exigirse de él, en parte jurídicamente, en parte éticamente; pero, para el punto de vista moral, la rectitud aparece fácilmente como algo subordinado, por encima de la cual se debe exigir aún algo más a sí mismo y en su relación con los demás.
Pues el afán de ser algo particular no se satisface con lo que es universal en sí y para sí, sólo encuentra en una excepción la conciencia de su peculiaridad. Los diversos aspectos de la rectitud pueden ser llamados virtudes porque son propiedad del individuo aunque no una propiedad particular en comparación con las otras. Empero, le hablar de la virtud cae fácilmente en la vacua declamación, puesto que sólo se dice algo abstracto e indeterminado, ya que tal discurso con sus fundamentos y explicaciones, se dirige al individuo en cuanto arbitrio y capricho subjetivo.

En una situación ética existente, cuyas relaciones están perfectamente desarrolladas y realizadas, la verdadera virtud tiene su lugar y realidad sólo en circunstancias extraordinarias en que aquellas relaciones entran en conflicto; pero esto ocurre sólo ante verdaderos conflictos, porque la reflexión moral puede crearse conflictos por doquier y darse la conciencia de ser algo particular u de padecer de sacrificios sin ser verdad.

Cuando la sociedad o la comunidad se encuentran en un estado de mayor incultura, aparece con frecuencia mayor la forma de la virtud como tal, ya que lo ético, tal como lo han predicado los antiguos especialmente de Hércules, es entonces en mayor grado una preferencia individual o una característica genial propia del individuo.

Ya que en los antiguos Estados la eticidad no había alcanzado semejante sistema libre de desarrollo autónomo, también tenía que ser la genialidad peculiar de los individuos la que reparase esa falta. La teoría de las virtudes, en cuanto no es simplemente teoría de los deberes y abrace la particularidad, que se funda sobre la determinidad natural del carácter, será en consecuencia, una historia natural del Espíritu.

Puesto que las virtudes son lo ético aplicado a la individualidad y desde este aspecto subjetivo, son algo indeterminado, para cuya determinación surge el elemento cualitativo del más y del menos; en consecuencia, su consideración implica el defecto opuesto o el vicio, como en Aristóteles, que siguiendo su justo sentido, determinaba la virtud particular como el término medio entre un demasiado y un demasiado poco.
 El mismo contenido que toma la forma de  deberes y luego de virtudes es el que tiene la forma de los impulsos. También éstos tienen como base el mismo contenido, pero puesto que el contenido aún pertenece en ellos a la voluntad inmediata, a la sensibilidad natural, y no es desarrollado como determinación, no contiene para ellos los límites del bien y del mal; o sea, que los impulsos son buenos, según la abstracción desde el punto de vista positivo, y viceversa, malos según la abstracción del negativo.

En la simple identidad con la realidad de los individuos, lo ético aparece como el modo universal del actuar de los mismos, como costumbre; el hábito de lo ético se convierte en segunda naturaleza, que es puesta en lugar de la primera voluntad, meramente natural, y es el alma, el significa y la efectiva realidad de su existencia, el espíritu que vive y existe en la forma de un mundo y cuya sustancia es Espíritu.
La sustancialidad ética alcanza, de este modo, su derecho, y éste su validez, por lo cual, el capricho y la conciencia particular del individuo, que era para sí y constituía una contraposición respecto a la sustancialidad, han desaparecido de ella; ya que el carácter ético sabe que su finalidad motriz en lo universal inmóvil pero abierto en sus determinaciones a la racionalidad real; y conoce también, su dignidad y toda la existencia de los fines particulares como fundada en él y tiene en él su realidad.

La subjetividad misma es la forma absoluta y la realidad existente de la sustancia; y la distinción entre el sujeto y ésta como su objeto, fin y fuerza, solamente es la diferencia de la forma, que a la vez ha desaparecido inmediatamente.
La subjetividad que constituye el campo de la existencia para el concepto de libertad, y que desde el punto de vista moral existe distinta de este su concepto, en lo ético es la existencia de tal concepto adecuada al mismo.

El derecho de los individuos para su determinación subjetiva de libertad, tiene su cumplimiento en el hecho de que pertenecen a la realidad ética, pues la certeza de su libertad tiene su verdad en tal objetividad, y ellos poseen en el terreno moral realmente su esencia particular y su interna universalidad.

A la pregunta de un padre acerca del mejor modo de educar éticamente al propio hijo, un pitagórico dio la siguiente respuesta: “Que tú lo hagas un ciudadano de un Estado con leyes justas.”

El derecho de los individuos a su particularidad está, justamente, contenido en la sustancialidad ética, puesto que la especificidad es la manera externamente aparente en la cual existe la eticidad.

En esa identidad de la voluntad universal con la particular se identifican deber y derecho y el hombre mediante lo ético, tiene derechos en tanto tiene deberes y deberes en tanto tiene derechos.

En el derecho abstracto, tengo el derecho y el otro tiene el deber frente a la misma cosa; y en el terreno moral, sólo el derecho de mi propio saber y querer, así como mi bienestar, debe ser objetivos y estar unidos a los deberes.

La sustancia ética conteniendo la autoconciencia, que es para sí y unida a su concepto, es el Espíritu real de una familia y de un pueblo.

El concepto de la idea ética sólo es Espíritu, cosa sabedora de sí y real, ya que es la objetivación de sí mismo, el movimiento a través de la forma de sus momentos. En consecuencia, tal concepto es:

A. El Espíritu ético inmediato o natural: la familia. Esta sustancialidad pasa a la pérdida de su unidad, a la escisión y al punto de vista de lo relativo, y es:

B. La sociedad Civil, la unión de sus miembros como individuos independientes en una universalidad formal, mediante sus necesidades y la constitución jurídica, como medio de garantía de las personas y de la propiedad y en virtud de un orden externo para proteger sus intereses particulares y comunes: es un:

C. Estado externo que se recoge y retrae en la finalidad y en la realidad de lo universal sustancial y de la vida pública dedicada al mismo en la Constitución del Estado.
(2009, 12). Moralidad Y Eticidad. BuenasTareas.com. Recuperado 12, 2009, de http://www.buenastareas.com/ensayos/Moralidad-y-Eticidad/77695.html

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